Lucía Barbudo
Este artículo fue originalmente enviado y publicado por eldiario.es el pasado sábado 15 de abril. El lunes 17 ya lo habían retirado, censurado. Cabría preguntarse qué espacios de debate nos quedan a las periferias dentro de los medios generalistas que se autodenominan de 'izquierdas' (como si eso fuese otra manera de decir 'defensores de la libertad de expresión' o 'adalides de la libertad de expresión') para pensar en colectivo. Cabría preguntarse qué es el periodismo si ya no es información democratizada. Este artículo fue escrito con la única pretensión de sumar otros puntos de vista al debate sobre la gestación subrogada. Desde los feminismos nos debemos ese debate. Y debemos tenerlo.
Gracias infinitas a estos medios de contrainformación por el respeto por los espacios que generan dudas, cuestionamientos, diálogos que fomentan el pensamiento crítico y una posible respuesta contestataria y organizada al régimen establecido.
Las posibilidades políticofeministas de la gestación subrogada en un mundo dominado por la maternidad patriarcal
Vivimos tiempos de deglución indiscriminada de noticias y excreción indiscriminada de opiniones. Es un trastorno de alimentación insano al que sometemos diariamente nuestro cerebro propulsado por la prisa, la inmediatez, la necesidad absurda de comentarlo todo, de pronunciarnos, de posicionarnos. Hay que correr a escribir en nuestras redes aquello que nos dé silla en la primera fila del último trending topic, hay que tener una opinión y, sobre todo, hay que defenderla sin haberla pensado, literalmente, dos veces. Por el camino, se insulta o se humilla a quien haga falta. Lejos de la pausa para la reflexión, del debate de ideas constructivo, las argumentaciones bien armadas, los paralelismos y las analogías, los marcos teóricos, el echar mano de los, las y les referentes en equis tema, lo que resulta de las interacciones dista mucho de ser un acto comunicativo eficaz. Y lo cierto es que conversar es una herramienta pedagógica muy poderosa; una conversación es una oportunidad para aprender, para deconstruirnos, replantearnos, reescribirnos lo que tenemos por verdades absolutas y cambiarlas por dudas, por ambivalencias, por un reconocimiento honesto de que necesitamos saber más, conocer más, leer más, escuchar más. Porque la gestación subrogada es un tema bien jodido, amigas, bien complejo y lo mínimo que podemos hacer es dedicarle tiempo y esfuerzo a pensarlo. Y si es en colectivo, mejor. Y si es sin dejar un reguero de cadáveres en la conversación, mejor que mejor.
Una de las cosas que me parece más interesante de la gestación subrogada es la reformulación que hace de la maternidad biológica, la hegemónica. La GS desnaturaliza, desbiologiza, desesencializa y desacraliza la maternidad porque la mujer gestante no quiere ser madre (puede que siga en contacto con la criatura y que genere un vínculo o puede que no) y creo que esto tiene mucha fuerza para los feminismos a la hora de abordar la maternidad desde un punto de vista no patriarcal. La maternidad hegemónica se configura en un marco blanco, cis, hetero, funcional, neurotípico y clasemediero y está atravesada por el mismo guion que el amor romántico. Leyendo recientemente a la socióloga israelí Orna Donath en su obra donde analiza las falacias sociales en torno a la maternidad, dice: “El amor de una madre sería un invención moderna de Occidente relacionada, entre otras cosas, con la aparición de la familia nuclear y la separación entre los ámbitos ‘privado y ‘público’. (…) Durante el S.XIX se produjo un cambio en la percepción social del amor maternal en los países occidentales. Así, el amor de madre se convirtió en una plataforma para la ideología.”
Tradicionalmente, la maternidad se nos presenta como algo indisoluble del proceso de gestar y parir, y los sentimientos de compleción, realización personal y enamoramiento de la criatura están más que narrados y guionados (incluso hay voces que sostienen que avalados desde la ciencia, ojo con esto). Gracias, Haraway, por haber dicho en su día que la biología es tan sólo un discurso. Lógicamente, había que envolver en un papel bien bonito algo que es socialmente impuesto, prescriptivo y, consecuentemente, opresivo. El libro de familia y sus cuentos de amor y cuidados legitimados a través de la sangre y los genes, la familia como institución y la fábula del sacrificio y el amor incondicional configuran la maternidad cisheterobiológica como la perfecta herramienta de control patriarcal. Todo un mejunje emocional del que emerge la madre llena de desgracia y culpa si no cumple con esos preceptos, ¿existe un perfil de ser humano con más culpa que la madre? Lo dudo.
Tal y como yo lo veo, la GS vendría a dinamitar todo eso. Vendría a desvincular psicoemocionalmente la criatura del cuerpo gestante. Para aquellas personas que creen en la sacralización de la maternidad, la GS es un relato de terror, una distopía monstruosa, un engendro antinatura. Hete aquí la inconmensurable potencia política de la GS y sus implicaciones para todas las madres. Donde otres ven pesadilla, yo veo posibilidad de expiación de pecados inventados, salvación emocional.
El segundo aspecto que me interesa y que trae la GS es el de la transacción económica. Al igual que las luchas de las trabajadoras sexuales han supuesto la revolución de poner fin al mandato patriarcal de follar gratis por amor, la GS pone encima de la mesa que gestar y parir es un trabajo y que, por lo tanto, se paga. Podemos rasgarnos las vestiduras todo lo que queramos, pero vivimos en sociedades fuertemente capitalistas y esto, señoras, es revolución. Poco a poco vamos poniendo un precio y cobrando por lo que históricamente hemos hecho gratis, como es el caso de tantos y tantos trabajos fuertemente feminizados relacionados con la crianza, el mantenimiento del hogar y los cuidados. El trabajo sexual y el trabajo gestante hackean el patriarcado y revierte los ejes de dominación.
Evidentemente, y vuelvo a traer el trabajo sexual como perfecta analogía (ya que el poder económico del cuerpo de las mujeres con fines sexuales o reproductivos es lo que más ampollas levanta en círculos feministas) es imprescindible hablar de la agencia de las mujeres y de un marco de derechos que blinde tanto a la mujer gestante como a la criatura. Es una obviedad que no todo vale y que nadie está aquí defendiendo las granjas de mujeres en la India, por poner un ejemplo. Recomiendo fuerte la lectura de “Otra subrogación es posible. El feminismo contra la familia”, de Sophie Lewis, obra máxima imprescindible para seguir reflexionando sobre todas las complejidades que atraviesan este tema. “Una subrogación para subrogadas, gestionada por subrogadas”, escribe Sophie en este libro que te hace explotar la cabeza. Ojalá esa frase fuese una vela, yo la soplaría para ver cumplido ese deseo.
No me gustaría que se dedujera de este artículo que no tengo dudas, pues sigo planteándome interrogantes sobre este tema, pero me gustaría que, mientras seguimos pensando, fuésemos un poco menos hipócritas a la hora de criticar la GS en pro, por ejemplo, de las adopciones: una fórmula no al alcance de todas las parejas (o personas solteras), que también supone una cantidad ingente de dinero (nadie habla aquí de “comprar bebés”, qué curioso) y con un fondo de ‘complejo de salvador blanco’ racista y colonial preocupante: “El movimiento antisubrogación contemporáneo se basa en las mismas estructuras del feminismo humanitario neoimperialista”, sostiene lúcidamente Sophie. También me gustaría decir que muchas de las personas que señalan el supuesto egoísmo intrínseco al tema de la perpetuación de la genética en la GS tienen hijos e hijas de su propia sangre y adn. Y me atrevería a decir que nadie les increpó cuando se cisheteroreprodujeron en lugar de adoptar.
Démonos tiempo y respeto para dialogarnos las ideas, estemos atentes a las violencias machistas, misóginas y patriarcales en las que podemos incurrir a la hora de lanzar una supuesta argumentación. Dejemos de decir “vientres de alquiler”, “vasijas” o “maceteros” como he llegado a leer en algunas conversaciones. No se alquilan las personas, ni las partes de su cuerpo. Se alquilan los objetos, los bienes materiales. Hablar de “madres de alquiler” o de “vientres de alquiler” es sumamente ofensivo, es cosificador. Ese cuerpo, esa mujer, es una persona, tratémosla con respeto o dejemos de autodenominarnos feministas.
‘Fuera los rosarios de nuestros ovarios’ gritamos cada 8M y yo digo fuera también las narrativas moralistas, judeocristianas, fuera la maternidad hegemónica y patriarcal, fuera la sacrosanta madre gestadora, fuera la madre como pedestal inviolable en torno a la cual se nos configura la más blindada de las cárceles: ese cheque en blanco que es el amor incondicional. Fuera las lógicas patrilineales, fuera los contratos sexuales y reproductivos gratuitos y socioculturalmente obligatorios. La figura de la madre como sujeto político emerge cuando eliminamos a la madre patriarcal y dejamos atrás las narrativas de victimización y mercantilización de los cuerpos de las mujeres para empezar a ver sujetos emancipados con capacidad de agencia y poder de autogestión.
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