jueves, 28 de mayo de 2020

Sacar pecho facha nunca hizo tanto ruido.




DESFILE DE FACHAS AHORA MISMO
bajo mis ventanas. Colapso de coches y cacofonía de cláxones insoportables. Me quiero ir a alguna parte de mi casa a seguir leyendo a June Jordan donde no los pueda oír, pero no la hay.
Sacar pecho facha nunca hizo tanto ruido.
Echo mucho de menos el megáfono que se quedó mi madre de la última mani. Podría ser divertido. Creo que voy a abrazar la aspiradora un rato, como si fuera un audiolibro de autoayuda.

En la cola cada vez más inmensa de vehículos inmovilizados, asoman brazos de muñecos por las ventanas, y al final de esos brazos, banderas.
La cola no avanza, esa gente tampoco.
Se quedaron colapsados viviendo atrás y desde entonces no se han movido. «Los nostálgicos», dijeron durante una época en la prensa-factoría-de-neolengua para no decir los franquistas, los fachas. Son nuestros quistes históricos. La mugre metastaseada.

No me puede dar más asco la bandera de expaña. Qué estúpido orgullo será ese de la cosa patria. Qué sentirán los patriotas. ¿Será como cuando gana tu equipo la liga y te vas hecho un ceporro a celebrarlo a alguna fuente? ¿Pero qué has ganado tú, hijico, si mañana te vas con las mismas bolsas debajo de los ojos a tu trabajo precario a morirte despacio de lunes a viernes y sábados alternos?

Te han hecho un listado con lo que te tiene que dar alegría, y ahí estás, repasando día tras día para que no se te olvide nada, teleñeco.

Tu equipo, tu partido. Afiliado a todo, dueño de nada. Cero autonomía para identificar lo que sería una victoria propia o «de los tuyos». ¿Quiénes son los tuyos? ¿Crees que son esos que ni siquiera saben que existes? ¿Esos son los tuyos?

Todos son juegos. Una liga y la otra. Te han engañado como a un tonto con la ficción esa de que tú también ganas.

 Lucía Barbudo
(Coordinadora Anti Represión Región de Murcia)

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sábado, 9 de mayo de 2020

Salir del bucle de la domesticación


CREO QUE EXISTE UNA TRAMPA EVIDENTE cuando «nos obligan» a tener las conversaciones que no queremos tener. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, a mí siempre se me levanta una oreja, como cuando mi Tina ve un movimiento de conejo por el campo y sale disparada detrás. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, es que no estamos pensando, estamos recitando. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, no son nuestras palabras, es un guión.

Los puntos de vista impuestos por el Poder a través de los medios de comunicación y sus múltiples canales de difusión, incluidas las personas-loro que reproducen dándole una y otra vez al play lo que grabaron del debate de la tele, del debate de la radio, de la rueda de prensa, generan un discurso machacón donde el foco se pierde, el mensaje se manipula y la atención se desvía.

El que estemos teniendo unas conversaciones supone que inevitablemente no estamos teniendo OTRAS.
 
Que se enfatice una y otra vez el reducido número de contagios que hay en el estado español gracias a la gestión del gobierno y sus medidas, y se estén comparando las cifras con otros países/gobiernos/medidas/decisiones hace que tengamos la conversación de la enhorabuena y que no estemos hablando de lo chuchurría que esta(ba) la sanidad pública o de la deriva autoritaria de este gobierno (¿de izquierdas?) o de la presencia militar (¡en una democracia!) en las calles y en las televisiones o del sinsentido de muchas de las medidas que atentan contra derechos fundamentales o de la violencia e impunidad policiales que hemos visto a través de vídeos por estas redes, violencia predominantemente racista o de la miseria y angustia con la que muchas personas y colectivos vulnerables se están enfrentando a esta situación; solos o con redes de apoyo de la gente.
Lo compruebo una vez más:

sólo la gente salva a la gente.

Todas esas conversaciones quedan silenciadas con los aplausos a las ocho y todas las decisiones del gobierno quedan maquilladas con cada estúpida pancarta con eso de «Todo va a salir bien», como si las decisiones del gobierno fueran un fenómeno meteorológico y tuviéramos que andar mirando al cielo para ver lo que nos va a llover cada día.

Todo pensamiento crítico queda anulado cuando cada día, a la hora que nos dejan salir, vemos en las marquesinas de nuestros paseos esos mensajes imbéciles y distópicamente repetitivos que nos pasan la mano así-muy-bien por nuestros lomos de animales domesticados: «Tú casa no se hace pequeña, quedarte en casa te hace grande» o «Tu casa no se hace pequeña, no visitar a tus familiares te hace grande» ¿Nos hemos parado a pensar lo perversas que son estas frases? ¿Lo idiotizante del asunto?

Las conversaciones que no queremos tener, o por lo menos yo desde luego no quiero tener, nos distraen de las conversaciones que, pienso, estaría bien tener.
Las conversaciones que podríamos estar teniendo quizás nos llevarían a salir de la vida representada como un guión, a salir de esta existencia perforada, a salir del bucle de la domesticación y sus premios, a que nuestres hijes colorearan otras pancartas que colgar en nuestros balcones, a aplaudir otras cosas o a no aplaudir absolutamente nada.

Sí, a lo mejor lo que estaría bien es que dejáramos de pensar que las noticias están en las sesiones de la Moncloa, que dejáramos de creer que hacer política es decir frases de couching cutres, que dejáramos de aplaudir como ratas trastornadas desde nuestras ventanas-termitero y cambiar de verbo.

Lucía Barbudo 
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Añadimos a esta reflexión de nuestra compañera las palabras y el análisis de
Janita Ripley por parecernos acertadas:

"Acabo de leer a Lucía Barbudo y comparto muchas de sus dudas e inquietudes ante la actitud acrítica que toda la población está demostrando con esta alarma sanitaria. No hace falta haber leído a Foucault, aunque ya sería bien positivo, para darnos cuenta de que el biopoder, esa suerte de control político que se cierne sobre nuestras vidas, nos está ganando una batalla diaria, ideológica y dialéctica, que sólo deja espacio para la sumisión, y que no deja resquicio para la crítica, sin que aliados ideológicos de toda la vida nos intenten llevar de vuelta al redil por medio de ese arma tan poderosa de control que es el miedo, soportando la repetición de mantras sobre la responsabilidad colectiva y solidaria de boca de, lo sé a ciencia cierta, personas que, demasiado a menudo, nunca han sabido lo que éso pudiera ser, que jamás las han puesto en práctica, y que sólo sienten un (legítimo) temor a ser contagiados, aunque no tanto a contagiar -porque, claro, el contagioso siempre es el otro-.

Y aquí no me estoy refiriendo tanto a la necesaria crítica a la gestión gubernamental, que también, sino a esta suerte de lobotomización, de extirpación colectiva del pensamiento crítico, al que este modelo de disciplinamiento de las masas, de sumisa aceptación del poder pastoral, esta suerte de tutelaje policial sobre todos los ámbitos de nuestras vidas, nos está arrastrando, y cuyo mero análisis crítico se castiga con mucha, muchísima, pasión."

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martes, 5 de mayo de 2020

Realidad carcelaria en la situación ante el COVID19


Cárceles y 'estado de excepción'

Aunque la realidad de la cárcel siempre es cruda, la situación consecuencia de la pandemia del Covid-19 y posterior 'estado de excepción' hacen todo aún más duro. Familiares de militantes políticxs vascxs presxs hacen llegar a La Haine el siguiente comunicado.

-Familiares de varios presos políticos-

Quienes firmamos este escrito somos familiares de militantes políticxs vascxs que se encuentran presxs en cárceles españolas y francesas. Aunque la realidad de la cárcel siempre es cruda, la situación derivada como consecuencia de la pandemia de la Covid-19 y de la posterior aplicación del estado de excepción hacen todo aún más duro.

En estos tiempos de las apariencias, cobra gran importancia adornar como es debido todo lo que está a la vista. Es imprescindible para que la función continúe. Por eso los aplausos en los balcones, y por eso se impulsa una falsa unidad desclasada, aséptica en apariencia, pero que en el fondo busca diluir toda evidencia que deje al descubierto las diferencias sociales y las responsabilidades políticas.

Precisamente es la cárcel el lugar que mejor refleja las diferencias sociales, económicas y políticas. La cárcel fue creada como el cubo de la basura del sistema y, actualmente, sigue cumpliendo la misma función. La mayoría de presos y presas son pobres y/o sufren enfermedades mentales, o como en el caso de nuestrxs familiares, son militantes políticxs que se rebelaron contra las injusticias y a favor de las libertades socio-políticas y nacionales.

Al otro lado de los muros no hay que guardar las formas, porque lo que pasa dentro no está producido para el consumo del público de esta sala de teatro. Lo que ocurre entre bambalinas no condiciona el circo electoral. Pero nosotrxs no estamos dispuestxs a aceptar que traten a nuestrxs familiares como basura. Para empezar, exigimos que en las cárceles se antepongan los criterios de salud a los criterios de castigo. Y junto a esto exigimos la libertad inmediata de lxs presxs enfermxs, lxs ancianxs, lxs preventivxs y lxs que tienen las 3/4 partes de la condena cumplida.

Por otro lado, esa política de dispersión que ha asesinado a 16 familiares conlleva profundizar en el aislamiento de lxs presxs. El pueblo trabajador vasco lleva 30 años luchando contra la dispersión, y 30 años llevan los Estados francés y español ignorando esta reivindicación. Como hemos hecho durante las últimas décadas, hacemos nuestro el lema de “Presxs Vascxs a Euskal Herria” para exigir el fin de la dispersión.

Y mientras esto se materializa, hay otras medidas que se pueden tomar mañana mismo para aliviar el aislamiento de lxs presxs. Por eso exigimos implementar las condiciones para poder realizar las visitas en las cárceles y que no nos pongan más impedimentos a que podamos trasladarnos hasta ellas, también cuando nos toque cruzar la frontera artificial que divide Euskal Herria. Todas estas medidas, que se pueden tomar de inmediato, son pasos intermedios prioritarios, “de fuerza mayor” y para nosotrxs y nuestrxs familiares también “esenciales”.

En cualquier caso, después de llevar a cabo estas medidas, seguiremos luchando por una amnistía que comprenda la libertad nacional, social y política, ya que esa es la única garantía para que las cárceles no se vuelvan a llenar de militantes políticxs.

Firmantes:

Patxi Karasatorre Aldaz

Ziortza Fernández Larrazabal

Maribi Gaztelumendi Galtzagorri

Jesús Herrador Pouso

Sua Herrador Rodriguez

Sendoa Jurado Garcia

Marije Guinea Aspiazu

Lorena Barreras Díaz

Meritxel Aranzubia Ariznabarreta

Mikel Aginagalde Ugartemendia

Rosana Moreno Balanzategi

Adur Goieaskoetxea Serna

Immaculada Gràcia Monge

Ainhoa Pastor Alonso

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domingo, 3 de mayo de 2020

MALASMADRES

Happy Days de Susan Copich
Por Lucy Sombra
Fuimos niñas que no sabían no podían no querían.
Jugábamos a deformarnos. A ser el bicho. Arrastrábamos
el uniforme por las paredes recién encaladas,
las palmas, las mejillas por las paredes recién
encaladas, como lagartos, para volver a la fila
ropas blancas, manos blancas, caras blancas, para
escucharlas escupir mira, es el bicho, mira.
Las niñas niñas nos miraban de reojo.
Que no te roce, que no te toque.
Que no
te contagie.
«Ser el bicho». Carmen Juan
Llevo muchos años dándole vueltas al tema de la maternidá. Creo que la primera vez fue cuando alguien escuchó mi reloj biológico hacer tic tac más fuerte que yo y muy generosamente me lo señaló. Aunque por aquel entonces yo no hubiese tocado un niñx ni con un puntero láser, hoy tengo que confesar que mi hijo me cae bastante bien. Pero no ha sido fácil.
Me costó más de dos años reconciliarme con su existencia y crear mi propio modelo de maternidad; desarrollar una relación propia y genuina con él lejos de lo esperable por todxs lxs demás, lejos del bombardeo cursi y ñoño. Fue muy costoso emocionalmente, y más teniendo en cuenta la pegatina que me identifica como divorciada, mi trabajo asalariado fuera de casa, mi tiempo y dedicación a jornada completa al activismo político y el hecho de que no me ha dado nunca la gana de renunciar a mi vida fuera del universo niñx. Me paraliza con qué naturalidad se asume que las madres dejen de tener una vida propia, cómo está socialmente normalizada nuestra pérdida de identidad, nuestra anorexia de intereses y estímulos.
Vuelvo a pensar en la maternidá cada vez que alguien me dice «no tienes pinta de madre». Me imagino la escena de La invasión de los ultracuerpos cuando los humanos parasitados por aliens señalan al humano-todavía-sin-parasitar. Me encanta no estar parasitada, no tener pinta de madre, de Buenamadre quiero decir, no ser madre de look hegemónico, no pertenecer al modelo de maternidá dominante, madre con olor a merienda y con hijx de fondo de pantalla.
Siempre me ha horrorizado el Día de la Madre y ese engranaje que pone en marcha el capitalismo para hacer caja con todos esos libros de estética cupcake, todas esas tazas con mensajes que parecen hashtags sacados de alguna sesión cutre de couching, todos esos himnos y homenajes provenientes de una sociedad cheerleaderesca permanentemente entusiasmada con la maternidá.
Pero, ¿qué maternidad venden? El cartel de este año del balneario de Archena decía: «Mamá: no quiero que me faltes nunca. Cuídate» ¿Perdona? No sé qué tipo de maternidá enferma se promociona con estas líneas, qué suerte de mensaje contra-natura se pretende, qué maligno chantaje emocional resulta de sumar dependencia lloricosa con la salud de las mujeres.
Me parece que hay un algo perverso en el entusiasmo permanente y un mucho hipócrita en torno a la Maternidá-que-siempre-sonríe. Alguien debería empezar a decir que no es real, que todo ese ultra-happismo del imaginario mami-contenta-todo-el-rato es dogmático, insultante y tremendamente imbécil.
Alguien tiene que empezar a decir que ser madre no tiene nada que ver con sacarse unas oposiciones para ser per fec ta, nada que ver con ser azafata, ni con ser la imagen wachi de ninguna empresa patrocinadora de noséqué, ni significa llevar un marco alrededor de la cabeza como si fuésemos una ventanilla de cara al público: siempre guapas, siempre radiantes, siempre con fuerza y alegría, siempre preocupadas por canjear puntos para entrar en El Cielo de las Madres.
Bath time de Susan Copich
Bath time de Susan Copich
Simplemente, hay días que ni siquiera lxs hijxs te evitan que sean una puta mierda. Y no pasa nada. Hay días que hasta son más mierda todavía con lxs hijxs. Y no pasa nada. Las madres también tenemos derecho a nuestra legítima tristeza, nuestro legítimo cansancio y nuestra legítima apatía. Y no pasa nada. El ideal de feminidad (mujercita, esposita y mamaíta) inspirado en la Virgen María se lleva imponiendo desde que Dios mandó la Biblia a imprenta.
Sí, 21 siglos haciendo vallas publicitarias con el arquetipo de la Virgen me parece, por decirlo suave, preocupante. Y a lo largo de la historia ha habido picos en las reventas; por citar sólo un ejemplo, en 1854 un onvre escribió un poema dedicado a su Caricari a la que idolatraba y creía la churri perfecta. Lo tituló The angel in the house, como no podía ser de otra manera, porque así son las mujeres perfectas: angelitos del hogar. Afortunadamente, Virginia Woolf escribió la imprescindible réplica-Kalashnikov a tanto escombro y subnormalidad: «Kill the angel in the house» es uno de tantos consejos lúcidos que esta enorma escritora nos dejó como legado feminista.
Que nadie piense que es casual que a las mujeres siempre se nos haya descrito nuestra propia felicidad por los siglos de los siglos como algo externo, desde el día de nuestra boda hasta el día del nacimiento de nuestrx (primer) hijx. El día de nuestra boda indica que ya es oficial que no vivimos solas y amargadas (esto va junto), es oficial que ya hemos encontrado (porque también nos han dicho que hay que buscarlo) nuestro mayor tesoro al final del arcoíris: alguien que nos acompañe de por vida, y –preferiblemente, por supuesto- que sea un hombre.
Por otro lado, el día que nos convertimos en madres nos «completamos» (los hombres nunca estuvieron incompletos), dejamos de sentir «ese vacío» (los hombres nunca estuvieron vacíos). Tener hambre de hijx no debería ser nunca una imposición social interpretada como un deseo propio, ni ser mujer debería ser un formulario en el que ir marcando casillas. Tal vez sea esto a lo que se refería Betty Friedan cuando hablaba de «el malestar que no tiene nombre» y lo que el feminismo lleva dos siglos tratando de identificar como aquello que hace que nos vaya (nos siga yendo aunque en menor medida) mal. 
Coffee-Break-News/ Susan Copich
Coffee-Break-News/ Susan Copich
Las feministas tenemos fea costumbre y larga tradición de moñearnos. Sí, he dicho moñearnos; criticar es bien, moñear es mal. La hija predilecta del Patriarcado, esa garrapata que nos parasita a todas las mujeres y que hemos convenido llamar misoginia, lleva tiempo enfrentándonos entre nosotras: hace cien años las sufragistas estadounidenses ya se peleaban con las «mujeres de vida alegre» (lo cierto y verdad es que las putas siempre andan enfrentadas con prácticamente todos los sectores del feminismo), las radfem contra las libfem, las que quieren deconstruir la feminidad contra las que defienden el empoderamiento de la hiperfeminidad, las cis contra las trans, las lesbianas contra las hetero, Camille Paglia –de ego y arrogancia tan grandes y erectos que el Patriarcado se le queda como enemigo algo flácido y esmirriado- contra todas. Por supuesto, en el moñeamiento no faltan las madres contra las no-madres y las madres de maternidá hegemónica (Buenasmadres) contra las madres disidentes y subversivas (Malasmadres).
Yo quiero desde estas líneas pegarle fuego a los carnets que van repartiendo las Buenasmadres por los parques de bolas, quiero deconstruir ese cliché Virgenmariesco que prescribe la maternidá dominante, quiero buscar una fórmula propia de querer y educar fuera de estereotipos que confundan cariño con dependencia, amor con neurosis sobreprotectora. Quiero Una Maternidad Propia (Virginia, desde aquí un beso, ¡cuánto nos has dado!) alejada de los discursos del babyboom de la posguerra: las mujeres no estamos aquí para ser máquinas paridoras que subsanen un déficit demográfico derivado del ejercicio masculino de la guerra, ni creo que proceda realzar la maternidad y los valores de la familia por encima de nuestro propio bienestar.
En definitiva, quiero reivindicar una maternidad que no sea un coñazo o que, si lo es, te deje expresarlo sin temor a sentir en la nuca las cámaras de gas de la maldita culpa, normalizar –por qué no- una imagen de madre que pueda llevar -si quiere- la falda a 5 centímetros del coño. No es posible estar trabajando fuera de casa, pringar en la casa, soportar el cuestionamiento social y el intrusismo desde el embarazo hasta el parto y luego durante la crianza, sonriendo todo el rato sin tener un colapso emocional. No es posible ni sano, por mucho que nos den un día de mierda en el calendario para homenajearnos.
Publicado anteriormente en el diario.es: Malasmadres  
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