LA CARA MÁS MACHISTA y retrógrada del feminismo sin duda alguna se manifiesta cada vez que sale el tema de la prostitución.
Mujeres que sin haberla ejercido nunca y sin intención de verse en esa situación se autoautorizan para juzgar y censurar a otras mujeres que no conocen y cuya situación personal/laboral/económica no son capaces de entender. Ni quieren.
Las abolicionistas argumentan desde el papel, citando a las grandes bestias teóricas del capital, citando sin querer a todos los Papas de la historia y a todas sus hogueras de decálogo moralista. Ellas nunca recitan desde la práctica, nunca cuentan con las voces de las implicadas, nunca preguntan. Hablan desde detrás de los nuevos visillos que son las redes sociales y las pantallas de los móviles. Dicen varias veces 'alienada' por cada cuenta del rosario que queremos sacar de nuestros ovarios.
Son mujeres expertas en despreciar, ningunear y desoír a otras mujeres. No quieren escuchar razones sobre marcos legales y derechos laborales y la urgente necesidad de salir de los márgenes para evitar situaciones de abuso, desigualdad y represión. ¿Por qué iba a reprimir una mujer a otra? ¿Por qué ese empeño presuntamente feminista de dejar a otra mujer con el culo al aire? ¿Es misoginia interiorizada bien aprendida desde la catequesis? ¿Es competitividad y rivalidad de la más vieja escuela heteropatriarcal? ¿Cuál es el verdadero interés que se esconde detrás de no considerar el trabajo sexual un trabajo?
La puta y el putero, dos estereotipos perseguidos desde que la Iglesia puso su primera piedra para domesticar a las mujeres y su sexualidad, para preservar la sacrosanta institución del matrimonio y con ella nuestra dependencia económica y emocional del macho.
El patriarcado ha soltado a sus perras: nada alimenta más el discurso del odio que un cliché bien entrenado y aprendido.
Lucy Sombra
Más información:
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