El aguacate lo compré en la calle Necesidad, palabra vasta que contiene multitudes. Yo sería muy partidaria de abolir la necesidad. La necesidad de pagar las facturas, de llenar el frigorífico, de madrugar. La necesidad de ser obtusx, cínicx o hipócrita. La necesidad de no tener empatía política, de parecer querer ser palo en la rueda, de ir dando lecciones.
Cartagena de Indias en su ciudad amurallada tiene calles de contenido filosófico y posicionamiento feminista. Por ejemplo, la calle de Las Damas se ve continuada por la calle de La Amargura; es así y no puede ser de otra manera pues ser dama -con corsé literal o metafórico, en esta época o en cualquier otra según el manual patriarcal- amarga a cualquiera que no tenga vocación de redil. Decente y consecuentemente respetada forma parte del mismo campo semántico y todo lo demás es furufalla a extinguir.
No contaron con el feminismo.
No contaron con la resignificación que íbamos a hacer del sustantivo 'dignidad'.
No contaron con que algunas personas reciclarían los significados y significantes patriarcales para fabricar papel higiénico feminista.
Los buenos hombres y las buenas mujeres no contaron con las malas víctimas: las que creían indefensas estaban armándose y empezaban a transformar el estigma en barbillas bien altas aprendiendo a cabalgar sobre sus tacones y discursos.
Ser puta y feminista no sólo no está reñido, sino que es precisamente el feminismo el que ha hecho posible la lucha, empoderamiento y reivindicaciones de las trabajadoras sexuales.
Lucy Sombra
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