miércoles, 29 de julio de 2020

Que el miedo sea una verdad y la represión un ejercicio de responsabilidad es algo que debería preocuparnos y bastante

HACE TRES VERANOS, EN VIETNAM, ME ASOMBRÓ el uso generalizado de mascarillas. Algunos, me dijeron, la llevaban por la contaminación; otras, por razones estéticas. Nunca se me ocurrió preguntar si había alguna ley que obligara su uso.
Hoy, me maravillo por el uso de las mascarillas, pero no en otro país, sino en el mío.
Fuera o dentro de mi pasaporte, me siento igualmente extranjera en las normas. No tengo la capacidad de entender lo que antes no me ha sido explicado.
Me maravilla la rapidez con la que se deglute y se regurgita lo que no se entiende, lo que no se sabe. Me maravilla lo bien que funciona el miedo cuando se toma por verdad y la represión cuando se toma por responsabilidad. Que el miedo sea una verdad y la represión un ejercicio de responsabilidad es algo que debería preocuparnos y bastante, no algo a difundir ni mucho menos a celebrar.
Me maravilla cómo normalizamos la presencia de los vigilantes de la playa subidos encima de un distópico tractorcillo con altavoces que dicen con voz de teleoperadora robótica tarada: 'Si tienes fiebre, no vayas a la playa' (sic), 'Por favor, no compartan las toallas' (sic).
Me maravilla la total falta de horror cuando decimos frases como 'Totana vuelve a la fase uno' o 'Parece que van a cerrar Cartagena' o 'En septiembre nos van a encerrar otra vez'. Parece que se nos ha quedado la alegría de vivir blanda en las venas. ¿Seremos ya zombies?
Me maravilla que no nos maraville la policía chulesca en motos insonoras por calles peatonales deseosa de poner multas. 'Nos han dado órdenes de clavar (sic) 100€ a todos los que no llevéis mascarillas', 'y yo encantado' (sic) 'cuantas más multas pongo, más feliz soy' (sic). Ah, las órdenes. Me cae instantáneamente bien la gente a la que las órdenes no se la pone dura.
Me maravilla que un señor random le chille a un niño que va sobre patines que por qué no lleva mascarilla y el niño le diga que porque es asmático y que el señor random le chille igual que va a llamar a la policía.
Me maravilla que se planee con entusiasmo wasapiano un encuentro entre tu hijo y el mío en el parque después de meses y que, al acercarse los críos, digas: Tsch, Dani, acuérdate de los dos metros.
El mensaje es, sin duda alguna, el de que tenemos que vivir entre la enfermedad y el miedo a la enfermedad. Será por eso que la sensación que tengo andando por la calle es la de transitar por los pasillos de una especie de hospital social al aire libre.
No entiendo por qué la gente se fotografía con material de hospital en la cara, con look de enfermxs, sin expresión en la cara, sin cara.
No entiendo por qué coleccionan material de enfermedad y eligen estampados y diseños para su material de enfermedad y llevan a sus menores de seis años con material de enfermedad y luego suben sus fotos a sus redes sociales como para guardar un recuerdo de estar viviendo la enfermedad o el miedo a la enfermedad. ¿Es el material de enfermedad fashion? ¿Es el material de enfermedad un juguete? ¿Algo divertido? ¿Es sexy la enfermedad? ¿Puede aceptarse el posado falso de la enfermedad sin que pensemos, aunque sea por un nanosegundo, que hay algo efectivamente enfermo y efectivamente estúpido en eso de hacerse fotos con la mascarilla? ¿Cuánta gente con covid se ha hecho una foto con la mascarilla puesta?
Llevo muchos años viendo cine de zombies, es uno de mis géneros favoritos. En las pelis de zombies, creo recordar, nunca se dice la palabra 'zombie'. Debe ser alguna especie de acuerdo, un pacto inviolable. Se dice 'esa cosa', 'los no-muertos' (the undead, término precioso en inglés, difícilmente traducible), 'los muertos vivientes', y así. Supongo que los creadores siguen la lógica de que no se sabe bien lo que son, y lo que no se sabe lo que es, no se puede nombrar. Hay mucho desconcierto, pánico, lotería, suerte, y, hasta pasado un buen rato, no se sabe por qué pasan las cosas; muchas personas (se) mueren sin saber. Hay mucha injusticia en eso. Por supuesto, los zombies nunca jamás saben que son zombies: la persona pasa a ser la cosa. Desde el otro lado de la pantalla, nosotrxs sí los nombramos, pero no tiene ninguna relevancia para la trama ni supone un spoiler, qué cosas, ¿no? Vivimos las pelis de zombies como esa otra peli del día de la marmota que siempre es igual una y otra vez una y otra vez, pero las seguimos viendo porque a las personas que nos gustan estas pelis no nos importa el qué, sino el cómo. Sólo queremos observar cómo lo van a hacer lxs protas mientras no entienden nada. Cómo se van a salvar. Mientras, especulamos sobre lo que haríamos nosotrxs en esa situación tan excepcional, cómo nos haríamos lxs héroes/inas, fantaseamos con ser lxs alfas y detestamos o nos dan pena lxs omega. Yo siempre pienso que moriría la primera, así me relajo y observo cómo sobreviven lxs no-yo, cómo sufren para sobrevivir. Hay muchísimo trabajo en la cosa de sobrevivir.
A mí me ha dado por pensar últimamente que sí me gustaría seguir estando viva cuando se sepa lo que está pasando hoy; pensamiento que me encanta y me horroriza a la vez. Como dijo aquél, la verdad es hija del tiempo.
Se puede pensar mucho viendo una peli de zombies.

Lucía Barbudo
Coordinadora Anti Represión RM

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