sábado, 20 de marzo de 2021

'Death proof' de Tarantino o las amigas como dispositivo contra la violencia machista




Por Carla Boyera

Unos pies de perfectas uñas pintadas de rojo que siguen el ritmo de la música sobre el salpicadero de un coche van a recoger a unas piernas desnudas y largas como autopistas de carne deslizándose serpenteantes por un plano contrapicado que acaba en un culo en bragas asomado a una ventana. Está claro que a Quentin no le gustan las mujeres, Quentin con lo que saliva es con algunos trozos de las mujeres: las piernas y los culos. Pero este relato cinematográfico fragmentado de las partes del cuerpo femenino o, dicho de otra manera, esta visión de una persona (en este caso una mujer) a cachos es la representación objetualizada o despersonalizada típica que una persona (en este caso un hombre) hace de nuestros cuerpos. Y no de cualquier cuerpo, desde luego. A Quentin le gusta sacar en sus pelis tías buenas y, aunque no vamos a darle el punto en el carnet feminista por ser original ni subversivo ni por trabajar fílmicamente con cuerpos de belleza y formas no-hegemónicas, sí tenemos que concederle que las tres amigas (especialmente en la segunda parte de la película) que van en el coche son material feminazi de la mejor calidad.

Vanessa Ferlito bailando para Kurt Russell en una secuencia de la cinta


Tanto la primera parte de la película ubicada en Austin, Texas, como la segunda (14 meses después) de localización en Lebanon, Tennessee, tienen escenas en las que el contenido e interés del guión flaquean y el ritmo se cae. Puedes aprovechar para ir al baño, poner el segundo round de palomitas a calentar o revisar tus wasaps que no te vas a perder nada. Una de estas escenas prescindibles está rodada dentro del bar Güeros y sale el mismísimo director dándose unos segundillos narcisistas de gloria (ay, el ego, Quen, el ego). Ni él, ni el protagonista masculino, ni ninguno de los personajillos de fondo colaterales a la historia principal salen troceados, por cierto.

Mike ‘el doble’ (Kurt Russell) es la versión abyecta y vomitiva de Michael Knight que acecha en su falocoche negro, el motor haciendo un manspreading en el aire con su ruido infernal. «Poca picha» es el comentario-reacción que tiene una de las protagonistas en la película y hay que decir que es un comentario bien extendido fuera de la gran pantalla también. Desmontar el mito del macho subido al trono de su miembro viril quitándole importancia y tamaño al pene es una manera bastante breve y pedagógica de señalar que necesitamos nuevas masculinidades. El intimidatorio y macabro conductor del falocoche lleva una calavera enorme pintada de blanco sobre el capó negro. «Eso da miedo» dice la rubia vulnerable a la que le auguramos un mal final y que rápidamente establece la conexión entre la calavera y la muerte. «Quería que impresionara y el miedo impresiona» replica el psicópata, y seguro que ya hay alguna tesis doctoral escrita sobre cómo el macho en sus narrativas naturalizadas de dar muerte confunde nefastamente ser un chungo y dar miedo con algo que está bien lejos de impresionarnos como hembras en el marco heterofolclórico de danzas y rituales del apareamiento.


La obsesión y el gusto por matar mujeres, hacerles daño y ejercer todo tipo de violencias sobre sus cuerpos está no solo presente en el cine, sino en todas las artes, y, como término paraguas de gran complejidad y alcance, esto se ha convenido llamar ‘cultura de la violación’. En el imaginario del macho-artista que ficciona y fantasea (y que luego encuentra su desgraciada réplica en el macho que produce realidad) esto es recurrente y va mucho más allá del componente sexual. Me gusta especialmente cómo trasciende la cuestión sexual la feminista peruana Úrsula Santa Cruz Castillo cuando introduce la violencia eurocéntrica sobre los cuerpos colonizados que se analiza desde los feminismos decoloniales y antirracistas. Pero vuelvo al filme. Aunque el conductor letal a las mujeres ni las toca, el miedo en la víctima tiene un efecto más poderoso y erotizante en el agresor que una caja de Viagra. Así lo entiende también el sheriff que, aunque no ha hecho ningún máster en estudios de género ni ha leído una línea sobre la cultura de la violación, sabe mucho de las estructuras de poder que se la ponen dura a los machos. Lo vemos cuando hace su reflexión sobre el asesinato de las tres mujeres: «Debe de ser el único modo en el que ese degenerado se corra».

Las chicas que compran revistas de chicas y llevan unicornios estampados en la camiseta también te pueden pegar una paliza: esta sería una buena conclusión a la que llegar como espectador. La conversación final («¿Quieres que vayamos a por él?» «¡Joder, sí!» «¡Matemos a ese cabrón!») está en la línea argumental de Virginie Despentes y Elsa Dorlin de defender el derecho a la violencia para la preservación de la propia vida, la obligada revisión del propio concepto de ‘violencia’ cuando se enmarca dentro de la autodefensa y, en última instancia, la violencia que me interesa aplaudir: la de los grupos histórica y tradicionalmente machacados, la violencia de lxs subalternxs, entre los que se encuentran, sin duda alguna, las mujeres. Que sean dos mujeres masculinas y una madre el elenco elegido por Quentin para darle al macho la ensalada de hostias de su vida no puede dejar de vitorearse. Las tres son el capitán Ahab persiguiendo al demonio blanco de Moby Dick, sólo que el falocoche es negro y la ballena un hijo sano del patriarcado. En la cadena sexual alimentaria de involución darwinista, Tarantino invierte el orden del binomio violento/violentada: el depredador ahora es presa; el verdugo, víctima. Y no nos da ninguna pena; los últimos instantes del final, simplemente, no queremos que se acaben.


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viernes, 19 de marzo de 2021

Feliz día del padre que es mirar para otro lado, que es decir que no, que no puede ser



Feliz día del padre con esta obra que es un grito.

Feliz día del padre con este libro que es justicia sin juez ni abogadxs ni juicio ni testigos ni policía.
 
Feliz día del padre con este relato-pesadilla sobre abusos sexuales dentro de la familia.
 
Feliz día del padre que es mirar para otro lado, que es decir que no, que no puede ser, que es encubrir, que es dejar que siga pasando, que es cooperar con el macho y sus violencias, que es miedo y vergüenza y asco que nos corre por las venas.
 
Feliz día del padre que es también salir de la piel impuesta de la víctima para vestirte de reivindicación sobre tu propio disfrute sexual, para re-narrarte gozante y sacar el dedo corazón como la mayor erección dedicada a todos los que nos quisieron marcar como cuerpos discapacitados para seguir adelante.
 
Feliz día del padre de la mano salvavidas de Virginie Despentes que nos hizo la mejor disección del cadáver de la violación que resultó que no éramos nosotras.
 
No, todavía no somos cadáver de nada ni de nadie.
 
«Dejá las polleras largas y los pantalones y empezá a lucir tusa piernas. Hacé a un lado las blusas sueltas y losa zapatos de vieja baqueta. Que no te importe usar tacos, si el hombre pierde su virilidad por tu estatura es su problema. No te hagas cargo. Cortate el pelo, rapate a un costado, teñite del color que quieras. Cogete a un pibe o a una mina, o a los dos, lo que más te guste, pero hacé lo que se te cante el orto. Sí, lo que vos quieras. No lo que tu vieja quiso ser y no pudo, no lo que tu papá espera antes de morir. No seas el desecho que pensó ese hijo de puta.»

Lucía Barbudo

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jueves, 18 de marzo de 2021

MARCHA Y CONCENTRACIÓN DESDE LAS VÍAS AL CENTRO


MARCHA Y CONCENTRACIÓN DESDE LAS VÍAS AL CENTRO


Cada primer jueves de mes nos concentramos en las vías para denunciar la injusticia que supone que unos jóvenes, escogidos al azar por la policía, de entre las miles de personas que participamos en todas las manifestaciones por el soterramiento de las vías, estén hoy día encausados con penas de 8 años de cárcel y más de 100.000€ de multa, cada uno.

  

Hoy, que el soterramiento de las vías es un hecho, hemos ido al centro, convocados por la asociación Absolución Jóvenes de las Vías.



Marchando en dos columnas de manifestantes, hemos exigido la absolución de estos jóvenes, que han cargado con el peso de la represión de toda una lucha vecinal. Nos hemos concentrado, finalmente, en Belluga y leído un manifiesto. 


El Soterramiento de las vías no se acaba hasta que no esté soterrada esta enorme injusticia.





   






La abuela Ana, destacada activista de las vías


   
#AbsoluciónJóvenesdelasVias
#SoterremoslaInjusticia





miércoles, 17 de marzo de 2021

La pandemia cumple un año: la resaca del 8M y el movimiento feminista en expaña como ficción

Manifestación 8M 2021 en Murcia

Esta mañana podría cantar en bucle, porque me representa, el estribillo que aquella diosa Minerva sacaba como exitazo allá por el pleistoceno de 1995: «Estoy llorando por ti/estoy llorando por cosas de ayer/y cada día cada día que pasa me duele más», pero no pensando en ninguna narrativa romántica, sino más bien con la sensación de abandono u orfandad que experimento con respecto a eso que hemos convenido llamar movimiento feminista y que, ahora que me siento a escribir y a pensar en algo parecido a un balance político-activista de este año coronavírico, creo que no ha estado a la altura de los abusos y agresiones perpetrados durante y en nombre de esta pandemia.
  
Que el movimiento feminista opere en lo simbólico (lo simbólico del salir el 8M, por ejemplo), a mí es algo que políticamente no me sirve de mucho. No creo en lo simbólico de nada, creo en la concreción de las reivindicaciones que se materializan, accionan y tienen un horizonte político con ambición de cambio; el resto para mí es foto de un día: un selfuck de autoengaño y automasturbación narcisista, un producto de merchandising que inunda las redes un día y ya. ¿Dónde ha estado el movimiento feminista durante la pandemia? ¿Qué ha articulado? ¿Cómo ha respondido ante la ablación de derechos y libertades? ¿En qué lugares y de qué manera ha supuesto resistencia, apoyo mutuo, red de cuidados? La respuesta a todas estas preguntas es parálisis y silencio.
  
Creo que hemos tenido un movimiento feminista psicológico, como esos embarazos ficticios que pasan algunas hembras desubicadas. Creíamos estar preñadas de fuerza y rebeldía y mucha sororidad hecha consigna del tipo tranquila, hermana, que aquí está tu manada, mucho si tocan a una, nos tocan a todas, pero nos hemos encerrado en nuestras casas de privilegio de clase (#quédateencasa como balsa salvavidas sólo vale si tienes casa y circunstancias de habitabilidad cómodas y no violentas) a mirar para otro lado, a ser obedientes, individualistas, y a respetar una distancia de seguridad que nos va a pasar una factura social que ninguna de nosotras vamos a poder asumir políticamente. La pandemia nos ha dejado el feminismo hecho un solar. Pero lo peor no ha sido que hayamos caído en la trampa de avalar lógicas que defienden la autoridad (¿hay algo más antifeminista que la autoridad?), la pedagogía del castigo y la represión. No. Lo peor ha sido que nos hemos tragado toda la dramatización, la puesta en escena, en la que el Estado se erigía como cuidador. Eso sí que me parece grave. Que nos hayamos creído que los gobiernos, absolutos inexpertos en esto de los cuidados, se hayan convertido en los máximos garantes y custodios de nuestra salud y bienestar y el de las nuestras.
  
Me declaro negacionista del Estado cuidador. Negacionista del uso de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado como herramientas eficaces para atacar a un virus. Negacionista de la utilidad de todo ese lenguaje machobélico (término de precisión milimétrica acuñado por la teórica feminista Luisa Fuentes Guaza, grandísima y prolífica autora de textos críticos durante la pandemia desatado de manera absolutamente innecesaria como campo semántico desde el que abordar, siquiera intelectualmente, esta situación pandémica. Negacionista de las multas para sanar a la población. Negacionista de las ruedas de prensa con militares para hablar de salud pública. Negacionista de los tanques en la M-30 de Madrid para proteger y cuidar a la población. Negacionista de los cierres de colegios, de los parques infantiles precintados y de la infancia (mal)tratada como terroristas víricos. Negacionista de este proceso de fetichización de las nuevas tecnologías para acabar con la educación presencial. Poner la vida en el centro (frase de una belleza política tan apabullante que da igual que se repita hasta la saciedad, no dejará de ser bella) está en las antípodas de todo eso. Cancelar la vida para preservar la vida es una estupidez que sólo podría defenderse desde esos lugares donde la vida jamás ha importado tres mierdas.
  
Decía Sarah Babiker que asistimos a un momento de enajenación democrática y no puedo coincidir más. Enajenación de varias cosas, todas ellas fruto de un gaslighting flipante que nos están haciendo desde las más altas esferas donde están las fábricas de producción de la Única Verdad, de lo Único Que Se Puede Hacer y desde donde se articula la falacia de los cuidados. En sus apuntes para descolonizar el inconsciente, Suely Rolnik propone problematizar, poner en crisis y confrontar el discurso que tenemos interiorizado, resistir al régimen dominante en nosotros mismos y yo creo que lo que ha sucedido durante todo este año ha sido justo lo contrario: hemos sucumbido al régimen dominante y lo hemos hecho a través de las narrativas altamente contagiosas del miedo. «Necesitamos pensar con sospecha», escribía Rita Segato, «desconfiar de los discursos hegemónicos». ¿Cuándo dejamos de leer a las feministas y empezamos a escuchar y a legitimar a Ken Sánchez y a sus secuaces en el Poder? ¿Alguien ha leído alguna obra de Ken Sánchez que contenga pensamiento? ¿Por qué dejamos que una persona que no nos ha dado muestras de saber pensar (ni cuidar) piense por nosotras?

Y por si el panorama feminista en el marco pandémico no fuera ya lo bastante desolador, luego tenemos la agenda feminista (al margen de la pandemia) haciendo el ridículo con las biovulvas que hacen chistes con eso de querer ser jabones marca Heno de Pravia y poniendo palos en la rueda a los derechos de la comunidad trans con su Feminismo de Entrepierna, una Ministra de Igualdad (¡de igualdad!) putófoba empeñada en legislar para generar más desigualdad, más precariedad y más violencia contra las trabajadoras sexuales y, como noticia local en Murcia, un 8M con el frente abolo haciendo tapón y secuestrando la mani en la que ha sido, probablemente, la protesta menos sorora y más humillante que haya vivido la que escribe este artículo en su vida. Que el lunes pasado las abolas nos taparan la consigna 'Trabajo sexual es trabajo' con la de sanciones económicas y represión que les están cayendo a las trabajadoras sexuales del Eroski en Murcia, me parece una vergüenza y un ejercicio político lamentable. La no-solidaridad política sólo se me ocurre explicarla desde posiciones de una no-consciencia de las opresiones más allá del yo.

La transversalidad llevada a la acción política es algo de lo que adolece el panorama político feminista murciano. Se me ocurre que quizás nuestras asambleas sean demasiado blancas y demasiado privilegiadas como para atraer la participación de otros sujetos políticos que traigan otras prácticas comunitarias antirracistas y decoloniales, no hetero-centradas y que estén, con suerte, hechas a trabajar en otros ejes fuera de los binarismos de dominación más normativos. Nos queda mucho por desaprender.

Además de cargarse y prescribir cómo debe ser nuestra vida social y personal, las medidas covid también han exterminado el activismo de calle, nuestra vida política. Sin embargo, sería injusto terminar este artículo sin incluir las protestas, desde mi punto de vista, más relevantes y más emocionantes que han sucedido en esta era coronavírica, por supuesto, saliendo a la calle (¿alguien da credibilidad a una protesta que se hace desde el balcón o a una movilización online? ¿Hola?) y organizadas. El movimiento #RegularizaciónYa tuvo un impacto estatal y denunció y visibilizó la situación de vulnerabilidad, extremada durante el confinamiento y la pandemia, en la que se encuentran las personas migrantes en situación administrativa irregular. «No ha pasado un sólo día en el que un español o una española no haya comido una fruta o una verdura que no haya sido recogida por nosotrxs» es una frase que se dijo aquel día y de la que nadie en el gobierno acusó recibo. El Estado por lo visto se ocupa y cuida a estas personas a través de la Ley de Extranjería y sus necropolíticas de fronteras. El movimiento Black Lives Matter, impulsado por la Comunidad Negra, Africana y Afrodescendiente de España (CNAAE), denunció la brutalidad policial ante el asesinato de George Floyd y, por decirlo con la compañera boliviana Adriana Guzmán del Feminismo Comunitario Antipatriarcal del Sur Global, quedó una vez más patente «la justicia como máquina de impunidad». Las comunidades no-blancas movilizaron las calles muertas de protesta para repetirnos con infinita paciencia pedagógica que las violencias son sistémicas y estructurales y no teorías de manzanas podridas que obedezcan a discursos-trampa de responsabilidad individual. Por último, las compañeras argentinas dieron su adiós definitivo a las perchas al conseguir que la posibilidad de abortar por fin dejara de ser una posibilidad de muerte.
Concentración en la plaza de la Universidad de Murcia ante el asesinato de George Floyd.  7/6/2020 

Hay gestos de cuidados que no ocupan ruedas de prensa, ni titulares, ni son normas represivas encubiertas que un señor con traje y corbata, ajeno a nuestra vida, decreta a través de un plasma. Baste el ejemplo de la Red de Cuidados Antirracistas de Barcelona, una red de apoyo mutuo multada con 60.000 euros el pasado abril 2020 por repartir comida a migrantes. Eso es es reprimir a los que cuidan en pandemia. Debajo de mi casa, en un pequeño comercio de fruta y verdura, alguien (o alguienes) habilitaron una caja para recoger también comida para otras personas. Las redes sociales también se activaron para crear grupos de sostén y compartir necesidades. De todas las redes de cuidados que he visto y vivido en este último año, ninguna ha salido del Estado. Sólo la gente salva a la gente.

 Lucía Barbudo
Coordinadora Anti Represión RM

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viernes, 5 de marzo de 2021

SOY NEGACIONISTA DEL ESTADO CUIDADOR





La pandemia ha dejado al movimiento feminista en expaña en bragas. Las que establecieron los puentes neuronales para ver patriarcado por todas partes, dejaron de verlo durante la gestión de la COVID-19. Las que eran críticas, dejaron de serlo. Las que se (se) cuestionaban, dejaron de hacer(se) preguntas. Las que venían a eventos anticarcelarios ahora avalan las lógicas punitivistas coronavíricas. Las que iban a las manis, ahora dicen que mejor lo dejamos para el año que viene si eso, que ahora no es
buen momento.
    
El Poder sigue siendo el Poder pero últimamente, por alguna extraña razón, la autoridad blanca eurocéntrica y el orden cisheteropatriarcal se han restablecido y obedecer sin cuestionar se ha convertido en un mandato de responsabilidad ciudadana. Obedecer sin cuestionar es algo que, históricamente, a las feministas se nos ha dado bastante mal pero últimamente, por alguna extraña razón, obedecer es respetar la vida y desobedecer es entrar en las narrativas de la muerte.
Obedecer es pro-vida.
    
Nunca antes se había hecho con un virus un relato de la responsabilidad tan bestia como ahora. Nunca antes se había asociado LA CULPA, así en tremendísimas mayúsculas, a pillar, por ejemplo, una gripe común. Pero últimamente, por alguna extraña razón, existe un componente de responsabilidad cuando un microorganismo como un virus entra en tu cuerpo. Me pregunto cuántas personas que han pasado la COVID-19 no se estarán preguntando cómo ha podido ser, si ellas lo han hecho todo bien. Me pregunto cómo personas contagiadas que han roto vínculos con su entorno más cercano por señalar con el dedo de dónde venía el virus pueden seguir con sus vidas sin plantearse lo estúpidas que son.
¿Dónde se gestiona la culpa? ¿En los tribunales de justicia? ¿En el confesionario de la iglesia de nuestro barrio?
     
Las feministas sabemos que la culpa es un mecanismo de control cisheteroblanco patriarcal, un dispositivo de autoboicot que se activa para no dejarnos ser pero últimamente, por alguna extraña razón, se nos ha olvidado todo lo que sabíamos. Nos han destruido los puentes neuronales que nos ayudaban a entender cosas y a pensar. Hemos encendido la tele, la radio, nos hemos tragado el bukake de las narrativas del miedo y la responsabilidad y la muerte y ahora andamos todas pringadas, sin saber ni cómo limpiarnos toda esta mugre que no es nuestra.
      
No sé si habrá alguien a quien la institucionalización 8M le dé más asco que a mí. El desfile de partidas, sindicatas y organizacionas que, con religiosidad calendaria, desempolvan sus pancartas y pines para buscar la foto y reivindicar su militancia morada de vulva revolucionaria. La instrumentalización del 8M, su retahíla de manifiestos copio-pegados año tras año, los selfies en redes sociales que te haces una vez al año mientras el resto de los 364 días no dedicas ni tu tiempo ni tu esfuerzo a nada que sea colectivo y se mueva un metro más allá de tu ombligo.    
Cada 8M me tengo que convencer de que sigue siendo importante y cada 8M me lo creo menos.
    
En Murcia hemos tenido muchas broncas porque nos hemos dado cuenta de que los discursos por «la unión» vienen patrocinados por aquellas que quieren mantener intacta su cuota de poder. Da igual que portes vulva entre las piernas, el patriarcado a veces también tiene rostro de mujer. La cuota de poder en Murcia es quién lleva la pancarta, tan sencillo y estúpido como eso. Las del 8 MEME luchan y se encabronan si no llevan la pancarta o no leen el manifiesto. La cuota de poder es también que en el manifiesto no estemos todas o que las que son mujeres-de-segunda lo estén desde una posición subalterna y victimizante cuando no criminalizadora y patologizante.
   
No quieren a las putas, no quieren a las personas trans, nunca hablan de las presas, no reconocen ni se interesan por el sujeto político de las madres ni apoyan ni acompañan las causas de aquellas madres (en su mayoría migrantes) que en este viejoven orden racista y colonial han perdido la custodia de sus hijxs en favor del macho alfa y pater familias. Y no las quieren en sus pancartas ni en sus manifiestos porque no son ellas, porque el 8 MEME es un podio desde el que masturbar su narcisismo de biohembras en el poder.
    
Por esto salgo (me gustaría escribir 'SALIMOS') este #8M a la calle: porque frente al borrado de las mujeres, mejor borramos la imbecilidad; porque si no es con las putas, yo no voy; porque no estamos todas y siempre van a faltar las presas; porque quiénes van a apoyar a las maternidades judicializadas si no somos nosotras; y porque, fundamental y personalmente, yo sí veo mucho patriarcado en la gestión de esta pandemia. Veo privilegio, veo represión y no me creo que me cuide el Estado. No hay antecedentes, su Señoría. No me creo que los gobiernos que son absolutos inexpertos en esto de los cuidados sean -ahora, así de repente- los máximos garantes y custodios de mi salud y mi bienestar y el de lxs míxs.
     
Soy negacionista del Estado cuidador y quiero un megáfono el próximo 8M para gritar la falacia de los cuidados desatados desde las autoridades en esta era coronavírica.
 
A mí no me cuida la policía ni me cuida el Estado, a mí me cuidan mis amigas.

Lucía Barbudo
Coordinadora Anti Represión RM