jueves, 18 de mayo de 2023

Maternidades bajo la lupa: “La madre sola”




Prófugas del Régimen Francofamiliar llamadas a filas

Carla Boyera

La pantalla partida por la mitad. En la mitad izquierda, una vida de mujer-esposa-madre-cuidadora-sirvienta-cocinera-limpiadora confinada en el espacio de lo privado, lo doméstico. De sus fotogramas vitales forman parte un niño y una niña. El hombre-esposo-marido ocupa el salón mientras la mujer-esposa-madre deviene esta vez camarera. Ella está de pie y sirve el café: trabaja sin sueldo, jubilación ni vacaciones. Él está sentado y descansa la jornada laboral de su trabajo remunerado, que para él sí acaba. Es la empresa del matrimonio. La mujer se prostituye a cambio de un buen asiento en las filas de la Sociedad Que Premiará su Sacrificio con Privilegios. El mayor y primero de ellos es que, en ese baile de máscaras, nunca te llamarán puta.

En la mitad derecha de la pantalla, una mujer-sola ocupa la calle, el espacio público. Se dirige a la oficina de empleo, va al banco, se alquila un piso. Maneja su dinero. En el afuera, la mujer-sola se topa con la mirada social: se le va abultando el vientre y no hay marido. No poner tu útero al servicio de la empresa del matrimonio y la familia supone expulsión directa del Espectáculo Social. Sin macho que la avale como buena mujer-esposa-madre, la madre soltera es una paria y se configura como la peor de las putas.

La mitad izquierda desaparece y nos quedamos con esos relatos de vida: los de las madres solas.

“En aquellos años del franquismo, la situación de la mujer era a nivel legal de subnormal profunda”, dice María García Álvarez, gestora de servicios sociales. Con 1000 pesetas y poniendo el salón de su casa como sede, fundó la asociación de familias monoparentales Isadora Duncan, donde empezaron a llegar madres solteras a las que habían echado de su casa. Su objetivo nunca fue ser asistencialistas, ni actuar desde la pena ni la compasión, sino que hicieron política del acompañamiento y diseñaron estrategias dirigidas a cambiar la legislación.

 Las mujeres e hijos que forman parte de este brutal documental de apenas una hora de duración, son supervivientes del Régimen Francofamiliar y de la tiranía psicopática social que veneraba los valores de los que todavía hoy nos llegan residuos. Siguiendo las palabras de la antropóloga feminista Dolores Juliano, la narrativa pecado/delito, conformada por la alianza perfecta entre Iglesia y Estado, enmarcaba el esquema moral punitivista de la época. Las familias de estas jovencísimas madres solteras, sordas a los testimonios de sus hijas que visibilizaban el maltrato institucional, normalizaron su patologización, hospitalización, psiquiatrización y encarcelación entendiendo las lógicas del castigo por haber trasgredido las normas sociales. Estos procesos de criminalización de las maternidades de las madres solteras, que las consideraba no aptas para el ejercicio de su maternidad, eran funcionales al régimen franquista para impulsar las quitas de custodia y el robo de bebés. Las instituciones religiosas, policiadas por las monjas, tutelaban a las mujeres-madres que entraban en circuitos de explotación y servidumbre: “Los nueve meses que estuve embarazada me los pasé de rodillas fregando suelos con estropajo y jabón, hasta el mismo día de irme a parir”, nos cuenta Salud.

Las estructuras de poder fuertemente jerarquizadas dentro del matrimonio y las paredes del hogar se trasladan al exterior en lo social a la figura del Estado y sus instituciones aliadas. La infantilización y el tutelaje de la mujer-esposa-madre no acaba nunca. La aberración de las madres solteras era doblemente peligrosa: transgredía la reproducción fuera del matrimonio y desobedecía las normas de la moral católica impulsadas por el Estado y la Iglesia. Apartarse del mandato femenino prescrito significaba configurarse como no-mujeres. En el plan estatal franquista para fortalecer la institución de la familia, las no-mujeres jugaron el papel fundamental de ser no-madres: las criaturas nacidas de mujeres malas, pecadoras y pobres, eran entregadas a familias pudientes y las madres solteras, ya sin sus criaturas, pasaban a ser vendidas por la Iglesia a varones que quisieran hacerse cargo de ellas a cambio de un generoso donativo. Mediante esta venta encubierta, la mujer expiaba sus pecados y pasaba a reeducarse y regenerarse dentro de los circuitos del sacrosanto heteromatrimonio, al tiempo que ponía fin al estigma de estar sola ‘porque ningún hombre la quería’. Se sentaron así las bases para el tráfico de bebés, el negocio de las adopciones ilegales y el robo del derecho a ser madres de las mujeres pobres. De la asimilación de estas narrativas de los años 50 se desprende que en el esquema racista y colonial aplicado sobre las mujeres migrantes hoy día en el estado español, sus hijos e hijas llenen los centros de menores. Las pobres no deben reproducirse.

Madres solteras intervenidas por la Iglesia para encauzar sus maternidades disidentes

El modelo político, social y religioso pasaba por la culpa como marco desde el que controlar y someter a las mujeres-madres. Las personas que vivían la exclusión social, las familias de clase trabajadora, eran las víctimas de la violencia económica. “Una violencia que no produce sangre, pero sí víctimas”, señala Pura Sánchez, investigadora. Se daba la paradoja de que, para sacar a su criatura adelante dándole un soporte económico y emocional, muchas de estas madres solteras, solas y sin respaldo familiar, encontraban salida en el trabajo sexual. Entraban así en la categoría social de ser ‘malas mujeres’ precisamente en su intento por ser ‘buenas madres’ y poder hacerse cargo de sus hijes. El franquismo tuvo siempre claro el papel que la familia tradicional jugaba en el sostén del régimen como dispositivo de vigilancia y control sobre el cuerpo de las mujeres.

Salud Jiménez Luque (1953), no sólo sufrió violencia como madre soltera en su tempranísima juventud, su infancia también estuvo marcada por ser hija de una madre prófuga de los circuitos de la reproducción sacrosantomatrimonial. Ella era la recogía, la bastarda, y fue víctima de argumentos biologicistas en los que ella era, en esencia, una niña mala que cargaba con la culpa y el destino de su madre: “Lo que más me dolió fue hacer algo que todo el mundo estaba esperando. Como hija de madre soltera, volver a ser madre soltera. Ahí la cagué porque la gente se salía con la suya.” Las personas pobres siempre están bajo la lupa, sus circunstancias se leen como decisiones personales para así eximir al Sistema de su responsabilidad, para ignorar las desigualdades estructurales que condicionan sus vidas. La maldad es la lectura moral que permite a las Personas Alfa Que Habitan la Cúspide de la Pirámide Capitalista buscar una explicación que preserve intactos sus privilegios y no les perturbe el sueño tranquilo sobre la almohada. Pero la maldad no es neutra, tiene un sesgo de género: el hombre malo delinque, pero en el caso de la mujer, su valoración moral y social se hace teniendo en consideración su conducta sexual: mujer mala es la que peca. Maternidades señaladas y perseguidas, maternidades culpables.

Relatos en primera persona de dolor y discriminación que nos dejan historias de mujeres fuertes y valientes, que resistieron y se enfrentaron al estigma y sus violencias. Como señala en este documental Antonio Pérez, hijo de una madre soltera en la expaña franquista, auténticas heroínas que amaron a sus hijes y defendieron su maternidad por encima del régimen. Empujada por la necesidad de visibilizar la violencia que había vivido, Salud publicó su libro ‘El libro de las parturientas’ (ed. El páramo, 2008) con la ayuda y colaboración de Matilde Cabello. Este documental forma parte de nuestra memoria histórica y verlo es un ejercicio de reconocimiento de todas las madres solteras y sus maternidades subversivas sin el cual no puede haber justicia.

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